NO SENTÍ LA USUAL CULPA CUANDO VOLVÍ A LA HABITACIÓN DE BELLA esa noche, aunque sabía que debía. Pero se sentía como el camino correcto–la única cosa correcta por hacer. Estaba allí para quemar mi garganta lo más posible. Me entrenaría para ignorar su olor. Podía ser consumado. No dejaría que esto fuese una dificultad entre nosotros.
Era
fácil decirlo. Pero sabía que esto ayudaría. Práctica. Aceptar el dolor, dejar que
esa fuese la reacción más fuerte. Vencer el elemento de deseo completamente por
mí mismo.
No
había paz en los sueños de Bella. Y no había paz para mí, viéndola retorcerse
sin descanso y escuchándola susurrar mi nombre una y otra vez. El impulso
físico, esa química abrumadora del salón de clases a oscuras, era aún más
fuerte en su habitación oscura como la noche. Aunque ella no era consciente de
mi presencia, ella parecía que también la sentía.
Se
despertó más de una vez. La primera vez no abrió los ojos; simplemente enterró
la cabeza en la almohada y gimió. Eso era una buena suerte para mí–una segunda
oportunidad que no merecía, ya que no la había usado bien y lo dejé como debía
hacerlo. En vez de eso, me senté en el suelo en la esquina más oscura de la
habitación, confiando en que sus ojos humanos no me pillaran aquí.
No
me atrapó, incluso el momento que se levantó y fue al baño por un vaso de agua.
Se movía con enojo, quizá frustrada porque el sueño aún la evadiera.
Deseé
que hubiese alguna acción que pudiera tomar, como antes con la manta del
gabinete. Pero solo podía ver mientras me quemaba, inservible para ella. Fue un
alivio cuando finalmente se hundió en una inconsciencia sin sueños.
Estaba
en los árboles cuando el cielo se iluminó de blanco a gris. Contuve el
aliento–esta vez para evitar que su olor escapara. Me negaba a que el aire puro
de la mañana borrara el dolor de mi garganta.
Escuché
el desayuno con Charlie, luchando de nuevo por encontrar las palabras en sus
pensamientos. Era fascinante–podía adivinar las razones detrás de las palabras
que decía en voz alta, casi sentir
sus intenciones, pero nunca llegaban a ser oraciones completas del modo en que
los pensamientos de todos los demás lo hacían. Me encontré deseando que sus
padres aún estuviesen vivos. Hubiese sido interesante rastrear este rasgo
genético más hacia atrás.
La
combinación de sus pensamientos no articulados y sus palabras eran suficientes
para mí para unir las piezas sobre su estado mental general de esa mañana.
Estaba preocupado por Bella, física y emocionalmente. Se sentía igual de
preocupado porque Bella fuera sola a Seattle que yo–solo que no tan
maniáticamente. Entonces, de nuevo, su información no estaba tan actualizada
como la mía; ella no tenía idea de la cantidad de llamados cercanos que había
vivido recientemente.
Ella
pensó en su respuesta para él cuidadosamente, pero no era técnicamente una
mentira. Ella no estaba planeando decirle sobre su cambio de planes,
obviamente. O sobre mí.
Charlie
también se preocupaba por el hecho de que ella no iba a ir al baile del sábado.
¿La decepcionada esto a ella? ¿Se estaba sintiendo rechazada? ¿Eran los chicos
de la escuela crueles con ella? Él se sentía inútil. Ella no lucía deprimida,
pero sospechó que ella le escondería cualquier cosa negativa. Él decidió llamar
a su madre durante el día y pedirle un consejo.
Al
menos, eso era lo que yo creía que él estaba pensando. Quizá haya
malinterpretado algunas partes.
Fui
por mi auto mientras Charlie sacaba el de él. Tan pronto como había conducido
más allá de la esquina, me estacioné en la calle para esperar. Vi la cortina de
su ventana moverse y luego escuché sus pasos tambaleándose bajando por las
escaleras.
Me
quedé en mi asiento, en lugar de salir y sostener la puerta para ella como debí
haber hecho. Pero creí que era más importante mirar. Ella nunca actuaba del
modo que yo esperaba y necesitaba ser capaz de anticipar correctamente;
necesitaba estudiarla, aprender la manera en que se movía cuando se le dejaba a
sus propios medios, tratar de anticipar sus motivaciones. Ella dudó un momento
fuera del auto y luego entró con una pequeña sonrisa–un poco tímida.
Usaba
un cuello de tortuga marrón café. No era ajustado, pero aún así se amoldaba más
cerca de su figura y extrañé el suéter feo. Era más seguro.
Esto
se suponía que se trataba de sus reacciones, pero fue abruptamente abrumado por
la mía. No sabía que me podía sentir tan en paz con todo lo que estaba colgando
sobre nuestras cabezas, pero estar con ella era un antídoto para el dolor y la
ansiedad.
Tomé
un profundo respiro a través de mi nariz–no para cualquier dolor–y sonreí.
—Buenos
días. ¿Cómo estás hoy?
La
evidencia de su noche agitada era obvia en su rostro. Su piel traslucida no
escondía nada. Pero sabía que no se quejaría.
—Bien,
gracias —dijo ella con otra sonrisa.
—Luces
cansada.
Se
esquivó, sacudiendo su cabello alrededor de su cara con un movimiento que
parecía habitual. Oscureció parte de su mejilla izquierda.
—No
podía dormir.
Le
sonreí ampliamente.
—Yo
tampoco.
Se
rió y absorbí el sonido de su felicidad.
—Supongo
que sí— dijo—. Supongo que solo dormí un poquito más que tú.
—Apuesto
a que sí.
Ella
me miró a través de su cabello con los ojos brillando de un modo que reconocí: Curiosidad.
—¿Qué
hiciste anoche?
Me
reí por lo bajo, agradecido de no tener una excusa para mentirle.
—No
lo pienses. Es mi turno de hacer las preguntas.
La
pequeña marca de su ceño fundido reapareció entre sus cejas.
—Ah,
es cierto. ¿Qué quieres saber?
Su
tono era un poco escéptico, como si no pudiese creer que yo tuviese ningún
interés real. Ella parecía no tener idea de lo curioso que era.
Había
demasiadas cosas que no sabía. Decidí comenzar despacio.
—¿Cuál
es tu color favorito?
Puso
los ojos en blanco, dudando de mi nivel de interés.
—Cambia
dependiendo del día.
—¿Cuál
es tu color favorito hoy?
Lo
pensó por un segundo.
—Probablemente
el marrón.
Asumí
que se burlaba de mí y mi tono cambió para igualar su sarcasmo.
—¿Marrón?
—Si— dijo y luego estaba inesperadamente a la defensiva. Quizá debí haber esperado
esto. No le gustaban los juicios—. El marrón es calidez. Extraño el marrón.
Todo lo que debería ser marrón–los troncos de los árboles, las rocas, la
tierra–está cubierto de verde aquí.
Su
tono me recordó a sus quejas en sueños de la otra noche. Demasiado verde–¿Era a esto lo que se refería? La miré, pensando en
cuánta razón tenía. Honestamente, mirándola a sus ojos en ese momento, me di
cuenta que el marrón también era mi favorito. No podía imaginar ninguna sombra
más hermosa.
—Tienes
razón— le dije—. El marrón es calidez.
Comenzó
a ruborizarse un poco e inconscientemente a esconderse más detrás de su
cabello. Con cuidado, preparándome para cualquier reacción, puse su cabello detrás
de su hombro para así tener completo acceso a su rostro de nuevo. La única
reacción fue un repentino incremento en su ritmo cardíaco.
Crucé
hacia el estacionamiento de la escuela y paré en el lugar al lado del usual;
Rosalie ya lo había tomado.
—¿Qué
música está en tu reproductor de discos justo ahora? —pregunté mientras
retorcía las llaves fuera del contacto del auto. Nunca me había confiado a mí
mismo el acercarme tanto mientras ella dormía y la duda me molestaba.
Su
cabello se inclinó hacia un lado mientras trataba de recordar.
—Oh,
cierto— dijo—. Es Linkin Park. Hybrid
Theory.
No era lo que esperaba.
Mientras
sacaba el mismo disco de mi estuche de música, traté de imaginar qué
significaba este álbum para ella. No parecía combinar con ningún de los ánimos
que he visto, pero entonces, había tanto que no sabía.
—¿De
Debussy a esto? —pregunté.
Ella
miró la portada y no pude entender su expresión.
—¿Cuál
es tu canción favorita?
—Mmm— murmuró, aún viendo el arte de la portada—. ‘With You’, creo.
Revisé
mentalmente toda la letra rápidamente.
—¿Por
qué esa?
Ella
sonrió un poco y se encogió de hombros.
—No
estoy segura.
Bueno,
eso no ayudó mucho.
—¿Tu
película favorita?
Ella
pensó en su respuesta por un breve momento.
—No
estoy segura de poder escoger solo una.
—¿Películas
favoritas, entonces?
Ella
asintió mientras salía del auto.
—Hmm.
Definitivamente Orgullo y Prejuicio,
la que dura seis horas, con Colin Firth. Vértigo.
Y… Monty Python y el Santo Grial. Hay
más… pero estoy en blanco…
—Dímelas
cuando las recuerdes— le sugerí mientras caminábamos hacia su clase de Inglés—.
Mientras consideras eso, dime cuál es tu olor favorito.
—Lavanda.
O… quizá, el olor de la ropa limpia —ella estaba viendo hacia adelante, pero de
pronto sus ojos voltearon hacia mí por un segundo y un rosa opaco cubrió sus
mejillas.
—¿Hay
más? —apunté. Preguntándome qué significaba esa mirada.
—No,
solo esas.
No
estaba seguro de por qué omitiría parte de su respuesta a una pregunta tan
simple, pero prefería pensar que lo había hecho.
—¿Qué
tipo de dulce te gusta?
En
esta ella estuvo muy decidida.
—Regaliz
negro y Sour Patch Kids.
Sonreí
a su entusiasmo.
Estábamos
ante su salón de clases ahora, pero ella dudo en la puerta. Yo tampoco tenía
prisa por separarme de ella.
—¿A
dónde deseas viajar? —pregunté. Asumí que no iba a decirme que a la Comic-Con.
Inclinó
su cabeza a un lado, sus ojos entrecerrados pensando. Dentro del salón. El Sr.
Mason se aclaraba la garganta para llamar la atención de la clase. Ella estaba
a punto de llegar tarde.
—Piénsalo
y dame tu respuesta en el almuerzo —sugerí.
Sonrió
abiertamente y caminó hacia la puerta y luego giró para mirarme. Su sonrisa se
desvaneció y la v reapareció entre sus ojos.
Pude
haberle preguntando qué estaba pensando, pero eso la hubiese retrasado y
posiblemente meterla en problemas. Y pensé que lo sabía. Al menos, sabía cómo
me sentía yo, dejando que esa puerta se
cerrara entre nosotros.
Me
forcé por sonreír con coraje. Ella entró cuando el Sr. Mason comenzaba la
clase.
Caminé
rápidamente hacia mi propia clase, sabiendo que pasaría el día ignorando todo a
mí alrededor nuevamente. Estaba decepcionado, porque nadie habló con ella
durante sus clases de la mañana, así que no hubo nada nuevo que aprender. Solo
destellos de ella mirando hacia el vacío, su expresión abstraída. El tiempo se
arrastró mientras esperaba por verla de nuevo con mis propios ojos.
Cuando
salió de su clase de Matemáticas, ya estaba en mi lugar, esperándola. Los demás
estudiantes miraron y especularon, pero Bella simplemente caminó rápidamente
hacia mí y sonrió.
—La
Bella y la Bestia— anunció—. Y El Imperio Contraataca. Sé que esa es la
favorita de todos, pero… —. Se encogió de hombros.
—Por
buenas razones —le aseguré.
Nos
movimos. Ya se sentía natural acercarme, bajar mi cabeza para así estar más
cerca de ella.
—¿Pensaste
sobre mi pregunta sobre el viaje?
—Si…
creo que a la Isla del Príncipe Edward. Ana de las Tejas Verdes, ya sabes. Pero
también me gustaría ver Nueva York. Nunca he ido a una ciudad que este
mayormente en vertical. Solo sitios abiertos como Los Ángeles y Phoenix. Me
gustaría intentar silbarle a un taxi— se rió—. Y luego, si pudiera ir a donde
quisiera, me gustaría ir a Inglaterra. Ver todas las cosas de las que he leído.
Esto
llevó a mi siguiente línea de interrogantes, pero quería acabarla antes de
mover a lo siguiente.
—Dime
tus lugares favoritos en los que ya has estado.
—Hmm.
Me gusta el muelle de Santa Mónica. Mi mamá dice que Monterey es mejor, pero
nunca llegamos tan lejos en la costa. Mayormente estuvimos en Arizona; no
teníamos mucho tiempo de viajar y ella no quería desperdiciar todo su tiempo en
un auto. Le gusta visitar lugares que supuestamente están embrujados–Jerome,
los Domos, casi cualquier ciudad fantasma. Nunca vimos ningún fantasma, pero
ella dijo que fue por mi culpa. Que era muy escéptica y los asustaba— se rió
de nuevo—. Ella adora la Feria Ren, vamos a la del Cañón Dorado cada año…
bueno, me perdí la de este año, supongo. Una vez vimos los caballos salvajes en
el Rio Salt. Eso fue genial.
—¿Cuál
es el lugar más alejado de casa en el que has estado? —pregunté, comenzando a
preocuparme un poco.
—Este,
supongo— dijo—. Lo más lejos hacia el norte de Phoenix, de todos modos. Lo más
lejos hacia el este–Albuquerque, pero era muy joven entonces, no me acuerdo. Lo
más lejos hacia el oeste probablemente sea la playa de La Push.
De
pronto se quedó callada. Me pregunto si estaba pensando en su última visita a
La Push y todo lo que había descubierto ahí. Estábamos en la fila de la
cafetería en este punto y ella rápidamente escogió lo que quería en vez de
esperar a que yo le comprara de todo. Ella también fue y pagó ella misma.
—¿Nunca
has salido del país? —persistí una vez que llegamos a nuestra mesa. Parte de mí
se preguntó si el sentarme aquí ya lo había hecho fuera de los límites para
siempre.
—Aún
no —dijo alegremente.
Aunque
aún tenía 17 años de exploración, me sentí sorprendido. Y… culpable. Ha visto
tan poco. Experimentado tan poco de lo que la vida tiene para ofrecer. Era
imposible que ella supiera lo que quería de verdad justo ahora.
—Gattaca— dijo masticando un pedazo de manzana con una expresión pensativa. Ella no había
notado mi cambio de ánimo repentino—. Esa es buena, ¿la has visto?
—Si,
también me gusta.
—¿Cuál
es tu película favorita?
Sacudí
mi cabeza y sonreí.
—No
es tu turno.
—De
verdad, soy tan aburrida. Ya te debes haber quedado sin preguntas.
—Es
mi día— le recordé—. Y no estoy para nada aburrido.
Ella
frunció los labios como si hubiese querido discutir más sobre mi nivel de
interés, pero luego sonrió. Supongo que realmente no me creía, pero decidió que
sería justa al respecto. Este era mi día de hacer preguntas.
—Háblame
de libros.
—No
puedes hacerme escoger mi favorito —insistió casi con ferocidad.
—No
lo haré. Cuéntame todo lo que te gusta.
—¿Por
dónde empiezo? Um, Mujercitas. Ese fue el primer libro grande que leí. Aún lo
leo casi todos los días. Todo de Austen, aunque no soy gran fan de Emma…
Ya
sabía de Austen, después de haber visto soy muy usada antología el día que leyó
afuera, pero me pregunté sobre la exclusión.
—¿Por
qué no?
—Ugh,
está tan llena de sí misma— sonreí y ella continuó sin incitación—. Jane Eyre. También leo ese muy seguido.
Esa es mi idea de heroína. Cualquier cosa de cualquiera de las Brontë. Matar a un Ruiseñor, obviamente. Fahrenheit 451. Todas las Crónicas de
Narnia, pero especialmente El Viajero del
Alba. Lo que el Viento se Llevó. Douglas
Adams y David Eddings y Orson Scott Cars y Robin McKinley. ¿Ya mencioné a L. M.
Montgomery?
—Supuse tanto por tus esperanzas de viaje.
Ella
asintió y luego pareció conflictiva.
—¿Quieres
más o es demasiado?
—Si— le aseguré—. Quiero más.
—Estos
no están en ningún tipo de orden—,me previno—. Mi mamá tiene un montón de
libros de bolsillo de Zane Grey. Algunos de ellos son bastante buenos.
Shakespeare, más que todo las comedias— sonrió—. Ves, sin ninguna orden. Um,
todo lo de Agatha Christie. Los libros de dragones de Anne McCaffrey… y
hablando de grandes dragones, Diente y
Garra de Jo Walton. La Princesa
Prometida, mucho mejor que la película…—dio unos golpecitos a sus labios
con su dedo—. Hay un millón más, pero estoy quedándome en blanco de nuevo.
Ella
lucía un poco estresada.
—Eso
es suficiente por ahora —había explorado más en la ficción que realidad y me
sorprendió que hablara de un libro que yo no he leído–tendría que encontrar una
copia de Diente y Garra.
Podía
ver elementos de las historias en su estructura–personajes que había moldeado
el contexto de su mundo. Había un poco de Jane Eyre en ella, una porción de
Scott Finch y Jo March, una medida de Elinor Dashwood y Lucy Pevensie. Estaba
seguro de que encontraría más conexiones mientras aprendía más de ella.
Era
como armar un rompecabezas, uno con cientos de miles de piezas y ninguna pista
de la imagen completa que sirviera de guía. Requería mucho tiempo, con muchas
pistas falsas, pero al final sería capaz de ver la imagen completa.
Ella
interrumpió mis pensamientos.
—Pide
al Tiempo que Vuelva. Amo esa película. No puedo creer que no pensé en ella de
inmediato.
No
era una de mis favoritas. La idea de que los dos amantes solo pudieran estar
juntos en el cielo después de morir me rozó de lado equivocado. Cambié el tema.
—Háblame
de la música que te gusta.
Ella
se detuvo para tragar de nuevo. E, inesperadamente, se ruborizó.
—¿Qué
va mal?
—Bueno,
no… soy súper musical, supongo. El disco de Linkin Park fue un regalo de Phil.
Está tratando de actualizar mis gustos.
—¿Qué
te interesaba antes de Phil?
Ella
suspiró, levantando sus manos, rendida.
—Solo
escuchaba lo que mi mamá.
—¿Música
clásica?
—A
veces.
—¿Y
las otras veces?
—Simon
y Garfunkel. Niel
Diamond. Joni Mitchell, John Denver. Ese tipo de cosas. Ella es como yo, escucha lo que su madre
escuchaba. Le gusta hacer cantar en nuestros viajes—, de pronto, el hoyuelo
asimétrico apareció con su risa amplia—. ¿Recuerdas esas definiciones de lo que
daba miedo de las que hablamos antes?— se rió—. Hasta que no hayas oído a mi
mamá y a mí tratando de llegar a las notas altas de la banda sonora del Fantasma de la Ópera, no sabrás lo que
es el verdadero temor.
Me
reí con ella, pero deseé poder ser capaz de ver y oír eso. Me la imaginé en una
carretera brillante, atravesando el desierto con las ventanas abajo y el sol
sacando el rojo brillante de su cabello. Deseaba poder saber cómo lucía su
mamá, así mi imagen tendría mejor precisión. Quise estar ahí con ella,
escucharla cantar mal, verla sonreír en el sol.
—¿Programa
de televisión favorito?
—No
veo mucha televisión.
Me
pregunté si le daba miedo entrar en detalles, preocupada de nuevo de que me
aburriera. Quizá unas pocas preguntas fáciles la relajarían.
—¿Coca-Cola
o Pepsi?
—Dr.
Pepper.
—¿Helado
favorito?
—Masa
de galleta.
—¿Pizza?
—De
queso. Aburrido pero cierto.
—¿Equipo
de fútbol?
—Um.
¿Paso?
—¿Basquetbol?
Se
encogió de hombros.
—Realmente
no soy una persona de deportes.
—¿Ballet
o Opera?
—Ballet,
supongo. Nunca he ido a la opera.
No
estaba al tanto de que esta lista que estaba haciendo tenía un uso más allá de
aprender y entender todo lo que pudiera de ella. También estaba aprendiendo
cosas que quizá podrían satisfacerla. Regalos que podría darle. Lugares a los
que podría llevarla. Pequeñas y grandes cosas. Era presuntuoso al extremo
imaginar que alguna vez tendría ese nivel de importancia en su vida. Pero cómo
lo deseaba…
—¿Cuál
es tu piedra preciosa favorita?
—El
topacio —dijo de un modo decidido, pero sus ojos de pronto se entrecerraron y
un rubor llenó sus pómulos.
Hizo
lo mismo cuando le pregunté por los olores. Lo dejé pasar esa vez, pero no
ahora. Sabía que otra curiosidad así me atormentaría lo suficiente.
—¿Por
qué eso te hace sentir… avergonzada? —no estaba seguro de que esa fuera la
emoción correcta.
Negó
con la cabeza rápidamente, comenzando a ver sus manos.
—No
es nada.
—Me
gustaría comprenderlo.
Negó
con su cabeza de nuevo, aún negándose a mirarme.
—¿Por
favor, Bella?
—Siguiente
pregunta.
Ahora
estaba desesperado por saber. Frustrado.
—Dime
—insistí. Con rudeza. Me sentí avergonzado de inmediato.
No
me miró. Enrolló un mechón de su cabello hacia adelante y hacia atrás entre sus
dedos.
Pero
finalmente respondió.
—Es
el color de tus ojos hoy— admitió—. Supongo que sí me preguntas dentro de dos
semanas diré que el ónix.
Justo
igual que mi color favorito ahora era el profundo marrón chocolate.
Sus
hombros se desplomaron y de pronto reconocí su postura. Era la misma de ayer,
cuando dudó en responder mi pregunta sobre si de verdad creía que ella se
preocupaba más por mí que yo por ella. La puse de nuevo en la misma posición,
de confirmar su interés por mí sin recibir ningún seguro de regreso.
Maldiciendo
mi curiosidad, volví a mis preguntas. Quizá mi obvia fascinación por cada
detalle de su personalidad la convencería del nivel obsesivo de mi interés.
—¿Qué
tipo de flores prefieres?
—Um,
dalias. Para la suerte. Lavanda y lilas por su fragancia.
—No
te gusta ver deportes, pero ¿alguna vez jugaste en un equipo?
—Solo
en la escuela, cuando me obligan.
—¿Tu
madre nunca te inscribió en un equipo de fútbol?
Se
encogió de hombros.
—A
mi mamá le gusta mantener los fines de semana abiertos para aventuras. Fui Girl
Scout por un tiempo, y una vez me puso en clases de danza, pero ese fue un error— levantó sus cejas como retándome
a dudar de ella—. Ella creyó que sería conveniente porque estaba lo
suficientemente cerca para caminar hasta ahí después de la escuela, pero lo que
no era conveniente era si valía la pena el caos.
—¿Caos?
¿De verdad? —pregunté escéptico.
—Si
tuviese el número de la Sra. Kamenev ella podría corroborar mi historia.
De
pronto levantó la mirada. Todos a nuestro alrededor, los demás estudiantes
estaban recogiendo sus cosas. ¿Cómo había pasado tan rápido el tiempo?
Ella
se levantó en respuesta a la conmoción y yo me levanté con ella. Recogiendo su
basura en la bandeja mientras ella recogía su mochila. Ella se acercó como
queriendo quitarme la bandeja.
—Yo
lo hago —le dije.
Ella
resopló en silencio, un poco exasperada. Aún no le gustaba que la cuidaran.
No
podía concentrarme en mis preguntas aún no respondidas mientras caminábamos
hacia Biología. Recordaba el día de ayer, preguntándome si la misma tensión, si
el anhelo y la electricidad, estarían presentes hoy. Y así mismo, tan pronto
como las luces se apagaron, el mismo anhelo abrumador volvió. Había posicionado
mi silla más lejos de ella hoy, pero no ayudó.
Todavía
estaba esa parte egoísta de mí discutiendo que sostenerle la mano no sería tan
malo, incluso sugiriendo que quizá sería una buena manera de probar sus
reacciones, para prepararme para estar solos. Traté de ignorar la egoísta voz y
la tentación lo mejor que pude.
Podía
decir que Bella también lo estaba intentando. Se inclinó hacia adelante, con la
barbilla sostenida por sus brazos y pude ver sus dedos aferrándose debajo del
borde de la mesa tan fuertemente que sus nudillos estaban blancos. Me hizo
preguntarme con cuál tentación estaba luchando precisamente. Hoy no me miró. Ni
una sola vez.
También
pude darme cuenta que había demasiado que no sabía de ella. Tanta que no podía
preguntar.
Mi
cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia ella ahora. Me eché hacia atrás.
Cuando
las luces se encendieron, Bella suspiró y, si tuviese que adivinar, habría
dicho que su expresión era de alivio.
¿Pero alivio de qué?
Caminé
a su lado hacia la siguiente clase, peleando la misma pelea interna del día
anterior.
Se
detuvo ante la puerta y me miró con sus claros y profundos ojos. ¿Qué es?
¿Expectación o confusión? ¿Una invitación o una advertencia? ¿Qué quería?
Esta es solo una pregunta, me dije a mí
mismo mientras mi mano subía para alcanzarla bajo su propio dominio. Otro tipo de pregunta.
Tenso,
sin respirar, dejé solo que el dorso de mi mano acariciara un lado de su
rostro, desde su cien hasta su mandíbula. Igual que ayer, su piel se volvió
cálida debajo de mi toque, su corazón latió más rápido. Su cabeza se inclinó
solo una fracción de centímetro hacia mi caricia.
Esa
fue otro tipo de respuesta.
Me
alejé de ella rápidamente de nuevo, sabiendo que esta parte de mí autocontrol
estaba comprometido, mi mano escocía del mismo modo indoloro.
Emmett
ya estaba sentado cuando llegué al salón de Español. También lo estaba Ben
Cheney. No fueron los únicos que notaron mi entrada. Pude escuchar la
curiosidad de los demás estudiantes, el nombre de Bella junto al mío, las
especulaciones…
Ben
era el único humano que no pensaba en Bella, mi presencia lo hizo erizarse un
poco, pero no estaba a la defensiva. Ya había hablado con Ángela y concertado
una cita para esta fin de semana. La recepción de su invitación fue cálida y él
aún estaba viajando en esa emoción. Aunque él estaba al tanto de mis
intenciones, era consciente de que yo había actuado como catalizador para su
actual felicidad. Mientras me mantuviese lejos de Ángela, no tendría problemas
conmigo.
Había
incluso un rastro de gratitud también, aunque él no tenía idea de que ella no
era exactamente el motivo de mis deseos. Parecía una chico inteligente, se
elevó en mi estimación.
Bella
estaba en Gimnasia, pero igual que en la segunda mitad de la clase de ayer,
ella no participó. Sus ojos estaban distantes cada vez que Mike Newton volvía
la vista para mirarla. Obviamente tenía la cabeza en otro lado. Mike adivinó
que lo que sea que le dijera no sería bienvenido.
Supongo que nunca tuve realmente una
oportunidad, pensó medio resignado, medio osco. ¿Cómo pasó en primer lugar? Fue como, de la noche a la mañana. Supongo
que cuando Cullen quiere algo, no le toma demasiado tiempo conseguirlo. Las
imágenes que siguieron, las ideas de lo que había conseguido, eran ofensivas. Dejé de escuchar.
No
me gustaba su perspectiva. Como si Bella no tuviese poder de voluntad propio.
Seguramente, ella tuvo la elección, ¿no es cierto? Si alguna vez me hubiese
pedido que la dejara en paz, me hubiese dado la vuelta y caminado hacia el otro
lado. Pero ella quería que me quedara, en ese momento y ahora.
Mis
pensamientos volvieron para checar el salón de Español y en seguida giraron
hacia la voz más familiar, pero mi mente estaba enredada alrededor de Bella
como solía, así que por un momento no me di cuenta de lo que estaba escuchando.
Y
luego mis dientes se cerraron de golpe tan fuertemente que incluso los humanos
cerca de mí lo oyeron. Un chico miró a su alrededor buscando la fuente del
sonido.
Ups, pensó Emmett.
DoblÉ mis manos en puños y me concentré en quedarme en mi asiento.
Lo siento, estaba tratando de no pensar en
eso.
Miré
hacia el reloj. Quince minutos antes de que pudiera golpearlo en la cara.
No pretendía lastimar a nadie. ¡Hey, me puso
de tu lado, no? Honestamente, Jasper y Rose solo están siendo tontos, estando
en contra de Alice. Es la apuesta más sencilla que he ganado.
Una
apuesta sobre este fin de semana, sobre si Bella viviría o moriría.
Catorce
minutos y medio.
Emmett
se retorció en su asiento, bastante consciente de lo que significaba mi falta
de emoción.
¡Vamos,
Ed! Sabes que no era serio. En fin, ni siquiera es sobre la chica. Tú sabes
mejor que yo lo que sea que le pasa a Rose. Algo entre ustedes dos, supongo.
Ella aún está molesta y no quiere admitir por nada del mundo que realmente está
apostando por ti.
Él
siempre le daba a Rosalie el beneficio de la duda y aunque sabía que yo era
todo lo contrario–nunca le daría el
beneficio de la duda–no creía que él tuviese razón esta vez. Rosalie estaría
satisfecha de verme fallar en esto. Estaría feliz de ver las pobres decisiones
de Bella recibir lo que ella percibía como lo que correctamente se merecían. Y
aún así estaría celosa de que el alma de Bella escapara a lo que sea que
hubiese más allá.
Y Jazz–bueno, ya sabes. Está cansado de ser
el eslabón más débil. Eres algo así como demasiado perfecto con el autocontrol
y se vuelve molesto. Carlisle es diferente. Admítelo, eres un poco raro.
Trece
minutos.
Para
Emmett y Jasper, esto era solo un pequeño montón de arena pegajosa que había
creado yo mismo. Fallara o no, para ellos, al final no era más que otra
anécdota sobre mí. Bella no era parte de la ecuación, su vida era solo otra
marca en la apuesta que hicieron.
No lo tomes personal.
¿Había
otra manera? Doce minutos y medio.
¿Quieres
que me salga? ¡Lo haré!
Suspiré
y dejé que la rigidez de mi cuerpo se relajara.
¿Cuál
era el punto en avivar mi furia? ¿Debería culparlos por su inhabilidad para entender?
¿Cómo podrían?
Cuán
insignificante era todo. Enfurecedor, sí pero… ¿Me hubiese comportado diferente
si no hubiese sido mi vida la que hubiese cambiado? ¿Si no hubiese sido sobre
Bella?
Independientemente,
no tenía tiempo para pelear con Emmett ahora. Estaría esperando a Bella cuando
terminara con Gimnasia. Habían muchas más piezas del rompecabezas que
necesitaba descubrir.
Escuché
el alivio de Emmett cuando caminaba hacia la puerta al primer sonido de la
campana, ignorándolo.
Cuando
Bella caminó a través de las puertas del gimnasio y me vio, una sonrisa cruzó por su rostro. Sentí el mismo alivio que tuve en el auto esta mañana. Todas mis
dudas y tormentos parecían levantarse de mis hombros. Sabía aún que eran muy
reales, pero el peso era mucho más llevadero cuando podía verla.
—Háblame
de tu hogar— dije mientras caminábamos hacia el auto—. ¿Qué es lo que
extrañas?
—Um…
¿De mi casa o de Phoenix? ¿O a qué te refieres?
—Todas
esas.
Ella
me miró como preguntándose si estaba hablando en serio.
—¿Por
favor? —pregunté mientras le sostenía la puerta.
Ella
levantó una ceja mientras se subía, aún dudando.
Pero
cuando estuve dentro y estuvimos solos de nuevo, pareció relajarse.
—¿Has
estado alguna vez en Phoenix?
Sonreí.
—No.
—Cierto—,dijo—. Por supuesto. El sol.
Especuló
un momento sobre eso en silencio.
—¿Crea
algún tipo de problema para ti…?
—Así
es —no iba a tratar de explicar esa respuesta. Era algo que tenía que ser visto
para entenderlo. Además, Phoenix estaba un poco demasiado cerca de las tierras
que el agresivo clan Sureño había reclamado, pero esa era una historia a la que
tampoco quería ir.
Ella
esperó, preguntándose si elaboraría mi respuesta.
—Cuéntame
entonces de este lugar que nunca he visto —la insté.
Lo
consideró por un momento.
—La
ciudad en su mayoría es bastante plana, no hay más edificios que una o dos
tiendas. Hay unos cuantos rascacielos bebés en el centro, pero eso está
bastante lejos de donde yo vivía. Phoenix es enorme. Podrías manejar entre
suburbios todo el día. Mucho estuco y baldosas, y grava. Y no es todo suave y
blanco como aquí–todo es duro y la mayoría de las cosas tienen espinas.
—Pero
te gusta.
Ella
asintió con una sonrisa.
—Es
tan… abierto. Puro cielo. Las cosas que llamamos montañas son solo colinas–espinosas
y duras colinas. Pero la mayoría del valle es una gran cuenco poco profundo y
se siente como si estuviese lleno de luz del sol todo el tiempo— dijo
ilustrando la forma con sus manos—. Las plantas son como arte moderno comparado
con las de aquí con un montón de ángulos y bordes. La mayoría punzantes— otra
sonrisa—. Pero también son todas abiertas. Incluso si hay hojas, solo son cosas
plumosas desperdigadas. Nada se puede esconder ahí. Nada impide que entre el
sol.
Detuve
el auto frente a su casa. En el lugar usual.
—Bueno,
llueve ocasionalmente— corrigió—. Pero es diferente. Más emocionante. Con
muchos truenos y relámpagos, y corrientes rápidas. No solo una llovizna
perenne. Y huele mejor allá por la creosota.
Conocía
los arbustos que nunca era verdes a los que se refería. Los había visto a
través de la ventada del auto al sur de California. Solo de noche. No había
mucho que verles.
—Nunca
he olido el aroma de la creosota —admití.
—Solo
huelen en la lluvia.
—¿Cómo
es?
Ella
lo pensó por un momento.
—Dulce
y amargo a la vez. Un poco como a resina, un poco como a medicina. Pero eso
suena mal. Huele a frescura. Como a desierto limpio— se carcajeó—¿Eso no es
de ayuda, cierto?
—Al
contrario. ¿Qué más me he perdido al no visitar Arizona?
—Saguaros,
pero estoy segura de que has visto fotos.
Asentí.
—Son
más grandes de lo que esperas, cuando los ves en persona. Toman a todos los
novatos por sorpresa. ¿Has vivido en algún lugar con cigarras?
—Si— me reí—. Estuvimos en Nueva Orleans por un tiempo.
—Entonces
lo sabes— dijo—. Tuve un trabajo el verano pasado en un vívero. Los gritos–son
como uñas sobre una pizarra. Me volvía loca.
—¿Qué
más?
—Uhmm.
Los colores son diferentes. Las montañas–colinas o lo que sean–son en su
mayoría volcánicas. Muchas rocas púrpura. Son lo suficientemente oscuras para
mantener bastante del calor del sol. También lo hace el asfalto. En el verano,
nunca se enfría–freír un huevo en la acera no es un mito. Pero hay bastante
verde por los campos de golf. Algunas personas mantienen céspedes también,
aunque, creo que eso es una locura. En fin, el contraste en los colores es
genial.
—¿Cuál
es tu lugar favorito para pasar el tiempo?
—La
librería— sonrió—. Si ya no me había expuesto como una nerd, creo que eso lo
hace obvio. Siento como que he leído cada libro de ficción de la pequeña
librería que había cerca de mí. El primer lugar al que fui cuando obtuve mi
licencia fue la librería del centro. Podía haberme quedado a vivir allí.
—¿A
dónde más?
—En
el verano, íbamos a la piscina en el Parque Cactus. Mi mamá me inscribió en
clases de natación ahí antes de que pudiera caminar. Siempre había noticias de
bebés que se ahogaban y eso la aterró. En el invierno, íbamos al Parque
Roadrunner. No es grande, pero tiene un pequeño lago. Navegábamos barcos de
papel cuando era niña. Nada demasiado emocionante, como he tratado de
decírtelo…
—Creo
que suena encantador. No recuerdo mucho de mi infancia.
Su
sonrisa juguetona se desvaneció y sus cejas se juntaron.
—Eso
debe ser difícil y extraño.
Fue
mi turno de encogerme de hombros.
—Es
todo lo que sé. Ciertamente nada de qué preocuparse.
Ella
se quedó callada por un largo rato, dándole vueltas a esto en su cabeza.
Esperé durante su silencio lo más que pude soportar antes de finalmente pregunté—:
¿En qué estás pensando?
Su
sonrisa era más suave ahora.
—Tengo
un montón de preguntas. Pero ya sé que…
Dijimos
las palabras simultáneamente.
—Hoy
es mí día.
—Hoy
es tú día.
Nuestras
risas se sincronizaron también y pensé en lo extrañamente fácil que era estar
con ella de este modo. Lo suficientemente cerca. El peligro se sentía muy
lejos. Estaba tan entretenido que caso olvidaba del dolor en mi garganta,
aunque no estaba embotado. Solo que no era tan interesante pensar en ellos como
en ella.
—¿Ya
te vendí Phoenix o todavía no? —preguntó después de otro momento de silencio.
—Quizá
necesite un poco más de persuasión.
Ella
lo consideró.
—Hay
este tipo de árbol de acacia, no sé cómo se llama. Luce igual que los otros
árboles medio muertos y espinosos—su expresión se llenó de pronto de anhelo—.
Pero en la primavera, tiene estas flores amarilla, esponjosas que lucen como
pompones—. Demostró el tamaño pretendiendo sostener una flor entre su pulgar y
dedo índice—. Huelen… increíble. Como nada más. Realmente suave y delicado, te
dará un suave rastro con la brisa y luego desaparece. Debí haberlo incluido en
mis olores favoritos. Desearía que alguien hiciera una vela o algo.
“—y
luego, los atardeceres son increíbles—continuó, cambiando de tema
abruptamente—. En serio, no verías nada remotamente parecido aquí— lo pensó
por otro momento—. Incluso en mitad del día, el cielo, es lo que más destaca.
No es azul como el cielo aquí–cuando puedes verlo si quiera. Es de un pálido
más brillante. A veces es casi blanco y está por todas partes— enfatizó sus
palabras con las manos, trazando un arco sobre su cabeza—. Hay mucho más cielo
allí. Si te apartes de las luces de la ciudad solo un poco, puedes ver un
millón de estrellas— sonrió con nostalgia—. De verás tienes que ir a verlo
alguna noche.
—Te
parece hermoso.
Ella
asintió.
—No
es para todo el mundo, supongo— hizo una pausa, pensativa, pero pude darme
cuenta de que había más, así que la dejé pensar.
—Me
gusta el… minimalismo— decidió—. Es un lugar de algún modo honesto. No esconde
nada.
Pensé
en todo lo que ella tenía escondido aquí y me pregunté si sus palabras
significaban que estaba al tanto de eso, de la oscuridad invisible a mí
alrededor. Pero me miró sin rastro de juzga en sus ojos.
No
agregó nada más y pensé, por el modo en que se tocaba ligeramente la barbilla,
quizá estaba sintiendo que estaba hablando demasiado.
—Debes
extrañarlo bastante —apunté.
Su
expresión no se nubló del modo en que esperaba.
—Al
principio, sí.
—¿Pero
ahora?
—Supongo
que me estoy acostumbrando aquí —sonrió como si simplemente se estaba
resignando al bosque y la lluvia.
—Cuéntame
sobre tu hogar allá.
Se
encogió de hombros.
—No
es nada inusual. Estuco y baldos, como dije. Un piso, tres habitaciones, dos
baños. Lo que más extraño es mi pequeño baño. Compartirlo con Charlie es
estresante. Grava y cactus afuera. Todo adentro es de los sesenta–la madera, el
linóleo, la alfombra peluda, los estantes de fórmica color mostaza, los
detalles. Mi mamá no es fan de las renovaciones. Ella dice que las cosas
antiguas tienen carácter.
—¿Cómo
es tu habitación?
Su
expresión me hizo preguntarme si había una broma que no estaba captando.
—¿Ahora
o cuándo vivía allá?
—¿Ahora?
—Creo
que es un estudio de yoga o algo. Mis cosas están en el garaje.
La
miré, sorprendido.
—¿Qué
vas a hacer cuando vuelvas?
Ella
no parecía preocupada.
—Meteremos
la cama de vuelta de algún modo.
—¿No
había una tercera habitación?
—Ese
es su cuarto de trabajo. Tomaría una acto de Dios hacer espacio allí para una
cama— se rió alegremente. Habría pensando que ella estaba planeando pasar más
tiempo con su madre, pero hablaba de su tiempo en Phoenix como si perteneciera
al pasado en lugar del futuro. Reconocí la sensación de alivio que esto me
causó pero traté de mantenerla apartada de mi rostro.
—¿Cómo
era tu habitación cuando vivías allí?
Un
rubor menor.
—Um.
Desordenado. No soy muy organizada.
—Ni
que lo digas.
De
nuevo, me dio esa mirada de me estás
bromeando. Pero cuando no reaccioné, ella continuó, imitando las formas con
sus manos.
—Es
un cuarto cerrado. Una cama doble en la pared del sur y un gabetero al norte
debajo de la ventana. Con un pequeño apretado pasillo en medio. Tenía un
pequeño closet al que podía entrar, que hubiese sido genial si lo hubiese
tenido lo suficientemente organizado como para poder entrar realmente. Mi
habitación aquí es más grande, y menos desastrosa, pero eso es porque no he
vivido lo suficiente aquí como para hacerla un serio desorden.
Mantuve
mi expresión tranquila, escondiendo el hecho de que sabía muy bien como lucía
su habitación de aquí y también mi sorpresa de que su habitación en Phoenix
haya estado más desordenada.
—Um…
—ella me observó para saber si quería más y asentí para darle coraje—. El ventilador
del techo está roto, solo funciona la luz, así que tenía un muy ruidoso
ventilador sobre el gabetero. Sonaba como un túnel de viento en verano. Pero es
mucho mejor para dormir que la lluvia de aquí. El sonido de la lluvia no es
suficientemente consistente.
El
pensamiento de la lluvia me hizo mirar al cielo y luego sorprenderme por la
oscuridad de la luz. No podía entender el modo en que el tiempo se curvaba y
comprimía cuando estaba con ella. ¿Cómo se había terminado ya nuestra
asignación?
Ella
malinterpretó mi preocupación.
—¿Terminaste?
—preguntó sonando aliviada.
—Ni
de cerca— le dije—. Pero tu padre llegará a casa pronto.
—¡Charlie!
—jadeó, como si se hubiese olvidado de que él existía—. ¿Qué tan tarde es? —preguntó
mirando el reloj del tablero.
Miré
las nubes, aunque eran esperas, era obvio donde se estaría escondiendo el sol.
—El
crepúsculo —dije. El momento en que salían los vampiros a jugar–cuando no
teníamos que temer que una nube cambiante pudiera causarnos problemas–cuando
podíamos realmente disfrutar las últimas reminiscencias de luz en el cielo sin
preocuparnos de que nos expusiera.
Bajé
la mirada para encontrarme con la suya llena de curiosidad, escuchando más de
mí tono que de las palabras que dije.
—Es
el momento más seguro del día para nosotros— expliqué—. El más seguro. Pero
también, de cierto modo, el más triste… el final de otro día. El regreso de la
noche—. Tantos años de noche. Traté de sacudir la pesadez de mi voz—. La
oscuridad es muy predecible, ¿no crees?
—Me
gusta la noche—, dijo, llevando la contraria como era usual—. Sin la noche,
nunca podríamos ver las estrellas—. Un ceño reorganizó sus rasgos—. Aunque
tampoco es que puedas verlas mucho aquí.
Me
reí de su expresión. Entonces, aún no enteramente reconciliada con Forks. Pensé
en las estrellas que describió en Phoenix y me pregunté si serían como las
estrellas de Alaska, tan brillantes, claras y cercanas. Deseaba ser capaz de
poder llevarla allí esa noche para que pudiera hacer la comparación. Pero ella
tenía una vida normal que vivir.
—Charlie
llegará en unos minutos— le dije. Podía escuchar un rastro de su mente, quizá
a un kilometro y medio de distancia, conduciendo lentamente hacia aquí. Su
mente estaba en ella—. Así que a menos que quieras decirle que vamos a salir
conmigo el sábado…
Entendía
que habían muchas razones por las que Bella no quería que su padre supiera de
nuestra relación. Pero deseé… No solo porque necesitara ese impulso extra para
mantenerla a salvo, no solo porque la amenaza para mi familia ayudara a
controlar al monstruo, deseaba que… quería
que su padre supiera. Que me quisiera siendo parte de la vida normal que vivía.
—Gracias,
pero no gracias —dijo rápidamente.
Por
supuesto que era un deseo imposible. Como muchos otros.
Ella
comenzó a organizar sus cosas mientras se preparaba para irse.
—¿Entonces
es mi turno mañana? —preguntó. Me miró con ojos brillantes y curiosos.
—¡Ciertamente,
no! ¿Acaso dije que había terminado?
Ella
frunció el ceño, confundida.
—¿Qué
más falta?
Todo.
—Ya
te enterarás mañana.
Charlie
se estaba acercando. Me acerqué a ella para abrirle la puerta y escuché su
corazón comenzando a latir con fuerza y disparejo. Nuestros ojos se encontraron
y de nuevo, parecía una invitación. ¿Podía permitirme tocar su rostro solo una
vez más?
Y
luego me congelé con la mano en la perilla de su puerta.
Otro
auto estaba cruzando la esquina. No era el de Charlie; él aún estaba a dos
calles, así que presté un poco de atención a estos pensamientos desconocidos
que se acercaban, asumí, a otra casa de esa calle.
Pero
una palabra captó mi atención.
Vampiros.
Debería ser lo suficientemente
seguro para el chico. No hay razones para cruzarnos con ningún vampiro aquí,
pensó la mente. Incluso si este territorio es neutral. Espero haber tenido
razón en traerlo al pueblo.
¿Cuáles
eran las probabilidades?
—Nada
bueno.
—¿Qué
pasa? —preguntó, ansiosa mientras procesaba el cambio en mi rostro.
No
había nada que pudiera hacer ahora. Qué suerte tan podrida.
—Otra
complicación —admití.
El
auto giró hacia la corta calle, dirigiéndose directamente a la casa de Charlie.
Las luces iluminaron mi auto y escuché una joven y entusiasta reacción desde la
otra mente dentro del viejo Ford Tempo.
¡Vaya! ¿Es ese un S60 R? Nunca había visto
uno en la vida real. Genial. Me pregunto quién maneja uno de esos por aquí.
Divisor frontal pintado a medida después de comprado… semi-resbaladizas… esa
cosa debe abrir en dos la carretera. Debo echarle un vistazo al escape…
No me concentré en el chico, aunque sabía que hubiese
disfrutado de su interés experto otro día. Abrí su puerta, lo más abierta que
pude y luego me retiré, inclinándome hacia las luces, esperando.
—Charlie
está cruzando la esquina —la advertí.
Ella
saltó rápidamente hacia la lluvia, pero no hubo tiempo de que ella entrara
antes de que nos vieran juntos. Ella cerró la puerta, pero luego dudó, mirando
hacia el auto que se acercaba.
El
auto se detuvo frente al mío, sus luces frontales brillando directamente hacia
el mío.
Y
de pronto, los pensamientos de hombre adulto estaban gritando de sorpresa y
miedo.
¡Un frío! ¡Vampiro! ¡Cullen!
Miré
por el parabrisas encontrándome con su mirada.
No
había manera de que encontrara un parecido de él con su bisabuelo; nunca vi a
Efraín en su forma humana. Pero este era Billy Black, sin duda, con su hijo
Jacob.
Como
si confirmara mi asunción, el chico se inclinó hacia adelante con una sonrisa.
¡Oh,
es Bella!
Una
pequeña parte de mí notó eso, sí, ella había hecho un daño definitivo durante
su investigación en La Push.
Pero
estaba en su mayoría concentrado por el padre, el que sabía.
Él
estuvo en lo correcto antes, este era territorio neutral. Tenía el mismo
derecho de estar aquí como él y él lo sabía. Pude verlo en la expresión estrecha
y aterrada de su rostro y su mandíbula apretada.
¿Qué
está haciendo aquí? ¿Qué debería hacer?
Habíamos
estado en Forks por dos años; nadie había salido lastimado. Pero su horror no
podría haber sido más fuerte si hubiésemos matado una víctima cada día.
Lo
miré, mis labios se separaron solo un poco, exponiendo mis dientes en respuesta
automática a la hostilidad.
No
hubiese sido de ayuda ponerme a su defensiva. Carlisle no estaría contento si
hacía algo para preocupar al hombre. Solo podía esperar que se adhiriera a nuestro
tratado mejor de lo que había hecho su hijo.
Retrocedí,
el chico apreciando el sonido de mis neumáticos–legales para las calles solo en
el grado más mínimo–mientras chirriaban contra el pavimento húmedo. Volteó para
analizar el escape mientras manejaba lejos.
Pasé
a Charlie mientras daba vuelta en la esquina, desacelerando de inmediato cuando
notó mi velocidad con el ceño fruncido seriamente. Él continuó hacia su casa y
pude escuchar la sorpresa apagada en sus pensamientos, sin palabras pero clara,
mientras veía hacia el auto que esperaba frente a su casa. Olvidó al Volvo
plateado que había visto acelerado.
Me
detuve dos calles arriba y detuve mi auto sin obstruir junto al bosque entre
dos lotes abiertos. En un segundo estuve empapado, escondiéndome en las gruesas
ramas del abeto que asomaba por su patio, el mismo lugar donde me escondí aquel
primer día soleado.
Era
difícil seguir a Charlie. No escuché nada preocupante en sus vagos
pensamientos. Solo entusiasmo, debía de estar feliz de ver a sus visitantes.
Nada había sido dicho para molestarlo… aún.
La
cabeza de Charlie era una masa hirviente de preguntas cuando Charlie lo saludó
y lo invitó a entrar. Hasta donde podía ver, Billy no había tomado ninguna
decisión. Estaba complacido de oír pensamientos sobre el tratado mezclados con
su agitación. Con suerte, eso ataría su lengua.
El
chico siguió a Bella cuando ella escapó a la cocina. Ah, su amor ciego era muy
clara que cada pensamiento. Pero no era difícil oír su mente, igual que era con
Mike Newton y sus otros admiradores. Pura y abierta. Me recordó un poco a la de Ángela, solo que no tan recatada. De pronto sentí algo de pena porque este
chico en particular hubiese nacido como mi enemigo. Él era ese tipo raro de
mente a la que era fácil entrar. Sosegado, casi.
En
el cuarto de enfrente, Charlie había notado la abstracción de Billy, pero no
preguntó. Había algo de tensión entre ellos–un viejo desacuerdo de vieja data.
Jacob
le estaba preguntado a Bella por mí. Una vez que escuchó mi nombre, se rió.
—Supongo
que eso lo explica, entonces— dijo—. Me preguntaba por qué mi papá actuaba tan
extraño.
—Así
es—respondió Bella con inocencia exagerada—. A él no le gustan los Cullen.
—Viejo
supersticioso —murmuró el chico.
Sí,
debimos haber previsto que sería de este modo. Por supuesto que los más jóvenes
de la tribu verían sus historias como mitos, embarazosos, graciosos, incluso
más, solo porque los ancianos se lo tomaban muy en serio.
Se
reunieron con sus padres en la sala. Los ojos de Bella estaban siempre en Billy
mientras él y Charlie veían televisión. Ella parecía como si, igual que yo,
estuviese esperando una infracción.
Ninguna
llegó. Los Black se fueron antes de que se hiciera muy tarde. Era noche de
escuela, después de todo. Los seguí a pie de regreso hasta la línea entre
nuestros territorios, solo para estar seguro de que Billy no le pidiera a su
hijo que diera la vuelta. Pero sus pensamientos aún seguían confundidos. Había
nombres que no conocía, personas a las que les consultaría esta noche. Incluso
si continuaba en pánico, él sabía lo que dirían los ancianos. Ver a un vampiro
cara a cara lo había inquietado, pero no cambió nada.
Mientras
pasaban el punto hasta donde pude oírlos, me sentí plenamente seguro de que no
había ningún peligro nuevo. Billy seguiría las reglas. ¿Qué opción tenía? Si
rompíamos el tratado, no había nada que los ancianos pudieran hacer al
respecto. Habían perdido sus dientes. Si ellos
rompían el tratado… bueno, éramos incluso más fuertes que antes. Siente en
lugar de cinco. Seguramente eso los haría ser cuidadosos.
Aunque
Carlisle nunca nos permitiría hacer cumplir el tratado de esa manera. En vez de
irme directo de vuelta a casa de Bella, decidí hacer un hacer una pequeña
parada por el hospital. Mi padre tenía hoy el turno de noche.
Pude
oír sus pensamientos en la sala de emergencia. Estaba examinando a un conductor
de un camión repartidor de Olympia con una profunda herida punzante en su mano.
Caminé hacia el lobby, reconociendo a Jenny Austin en su escritorio. Estaba
ocupada en una llamada con su hija adolescente y prácticamente ni notó mi hola
cuando la pasé.
No
quise interrumpir, así que solo pasé de largo a la cortina detrás de la que se
escondía Carlisle y continué hacia su oficina. Él reconocería el sonido de mis pisadas–que
iban sin compañía del latido de un corazón–y luego mi olor. Él sabría que
quería verlo y que no era una emergencia.
Él
se me unió en su oficina solo unos momentos después.
—¿Edward,
está todo bien?
—Si,
solo quería que supieras de inmediato que Billy Black me vio en casa de Bella
hoy. No le dijo nada a Charlie, pero…
—Uhmm—,
dijo Carlisle. Hemos estado aquí por
bastante tiempo, sería desafortunado si la tensión crece de nuevo.
—Probablemente
no es nada, él simplemente no estaba preparado para estar a dos metros de un frío. Los demás lo calmaran. Después de
todo, ¿Qué pueden hacer al respecto?
Carlisle
frunció el ceño.
No deberías pensar de esa manera.
—Aunque
hayan perdido a sus protectores, no corren ningún peligro por nuestra parte.
—No.
Por supuesto que no.
Él
negó con la cabeza lentamente, pensando en el mejor camino que tomar. No
parecía haber una, no más que ignorar este encuentro desafortunado. Ya yo había
llegado a la misma conclusión.
—¿Vendrás…
a casa pronto? —preguntó Carlisle de pronto.
Sentí
vergüenza tan pronto como vocalizó la pregunta.
—¿Está
Esme muy molesta conmigo?
—No
molesta contigo… por ti. Sí —está preocupada. Te extraña.
Suspiré
y asentí. Bella estaría a salvo dentro de su casa por una cuantas horas. Probablemente.
—Iré
a casa ahora.
—Gracias,
hijo.
Pasé el final de la tarde con mi madre,
dejándola ocuparse un poco de mí. Me hizo cambiarme por ropa seca, más para
proteger los pisos en los que había pasado tanto tiempo acabando que otra cosa.
Los otros se habían ido y vi que esto era lo que ella había pedido; Carlisle
había llamado antes. Aprecié el silencio. Nos sentamos al piano, juntos y toqué
mientras hablábamos.
—¿Cómo
estás, Edward? —fue su primera pregunta. No era una duda casual. Ella estaba ansiosa
por mi respuesta.
—Yo…
no estoy completamente seguro— le dije honestamente—. Son altos y bajos.
Ella
escuchó las notas por un momento, ocasionalmente tocando una tecla que
armonizara con la melodía.
Ella te causa dolor.
Negué
con la cabeza.
—Yo
causo mi propio dolor. No es su culpa.
Tampoco es tu culpa.
—Soy
lo que soy.
Y esa no es tu culpa.
Le
sonreí sin humor.
—¿Culpas
a Carlisle?
No, ¿Tú?
—No.
¿Entonces por qué culparte a ti mismo?
No
tenía una respuesta preparada. De verdad, no resentía a Carlisle por lo que
había hecho y aún así… ¿No tenía alguien que cargar con la culpa? ¿No era esa
persona yo mismo?
Odio verte sufrir.
—No
todo es sufrimiento —no todavía.
Esta chica… ¿Te hace feliz?
Suspiré.
—Sí…
cuando me interpongo. Sí que lo hace.
—Entonces,
eso está bien —parecía aliviada. Mi boca se torció.
—¿Lo
está?
Ella
estaba en silencio, sus pensamientos analizando mis respuestas, imaginando el
rostro de Alice, pensando en sus visiones. Ella estaba al tanto de la apuesta y
también, que sabía de ella. Estaba molesta con Jasper y Rose.
¿Qué significaría para él si ella muere?
Me
estremecí, fallando mis dedos en las teclas del piano.
—Lo
siento— dijo ella rápidamente—. No pretendía…
Negué
con la cabeza y ella se quedó en silencio. Me miré mis manos, frías y en
ángulos rectos, inhumanas.
—No
sé cómo…—susurré—. Como superar eso. No puedo ver nada… nada superior.
Ella
puso sus brazos alrededor de mis hombros, uniendo sus dedos en un fuerte nudo.
—Eso
no va a pasar. Sé que no.
—Desearía
poder estar seguro.
Miré
sus manos, más parecidas a las mías, pero no. No podía odiarlas del mismo modo.
Eran de piedra, también pero no… no las manos de un monstruo. Eran manos de
madre, amables y delicadas.
Estoy
segura. No la lastimarás.
—Así
que has puesto tu dinero con Alice y Emmett, ya lo veo.
Ella
desató sus manos para golpearme ligeramente en los hombros.
—Esto
no es un asunto de broma.
—No,
no lo es.
Pero cuando Jasper y Rosalie pierdan, no me
molestaría si Emmett los molesta un poco.
—Dudo
de que te decepcione en eso.
Tampoco me decepcionarás tú, Edward. Oh, mi
hijo, cuánto te amo. Cuando pase la parte difícil… voy a estar muy feliz, lo
sabes. Creo que voy a amar a esta chica.
La
miré con las cejas levantadas.
—¿No
serías tan cruel como para mantenerla alejada de mí, no?
—Ahora
suenas como Alice.
—No
sé por qué la desafías en todo. Más fácil es aceptar lo inevitable.
Fruncí
el ceño pero comencé a tocar de nuevo.
—Tienes
razón— dije después de un momento—. No la lastimaré.
Ella
mantuvo sus brazos a mí alrededor y luego de varios minutos apoyé mi cabeza
contra la coronilla de la suya. Ella suspiró y me abrazó más fuerte. Me hizo
sentir vagamente infantil. Como le había dicho a Bella, no tengo memorias de
haber sido un niño, nada concreto. Pero había una cierta memoria sensorial en
la sensación de sus brazos a mí alrededor. Mi primera madre debe haberme
sostenido; debe de haberme consolado del mismo modo.
Cuando
terminó la canción, suspiré y me enderecé.
¿Irás con ella ahora?
—Sí.
Ella
frunció el ceño, confundida.
¿Qué haces toda la noche?
—Pensar…
y quemarme. Y escuchar.
Ella
tocó mi garganta.
—No
me gusta que esto te cause dolor.
—Esa es la parte más sencilla. No es nada, de verdad.
¿Y
la parte más difícil?
Pensé
en ella por un minuto. Habían un montón de respuestas que podían ser ciertas,
pero una se sentía la más honesta.
—Creo
que… el no poder ser humano con ella. Que la mejor versión es la versión
imposible— sus cejas se juntaron—. Todo estará bien, Esme.
Era
muy fácil para mí mentirle. Era el único que podía alguna vez mentir en esta
casa.
Sí,
lo estará. Ella no podía estar en mejores manos.
Me
reí, de nuevo, sin humor. Pero trataría de probar que mi madre tenía razón.
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